A estas alturas, ya no constituía un secreto para nadie lo que Felipe Ii estaba preparando. Los ingleses, tratando de sabotear la operación antes de que zarpase la armada, enviaron a Drake, que consiguó hudir en el mismo puerto de Cádiz a una veintena de buques de los que se habían de unir al grueso de la armada y, poco despuñes, capturar unos navíos que se dirigían a Lisboa llevando material para construir barriles. Este golpe incidió eficazmente en la falta de agua y de provisiones que luego habría que lamentar.
Para hacer creer a los ingleses que aquellos preparativos no iban contra ellos, Felipe ordenó qeu se entablasen negociaciones para concluir un tratado de paz con Inglaterra. Si se llegaba a firmar, se desmotraría que la armada había sido ioncapaz de ganar la batalla de la paz sin necesidad de entrar en la guerra. Al mismo tiempo, se publicaron todos los detalles de la flota que se preparaba. Aquellos documentos, que hoy día habrían sido considerados como un alto secreto militar, se difundieron por toda Europa, y los mismos capitanes ingleses pudieron conocer detalladamente las características del enemigo que se les venía encima. Todo ello tenía como finalidad disuadir a los ingleses de sus pirateos e inducirlos a firmar la paz con España. Pero la paz no se logró.
En mayo de 1588, Lisboa pudo contemplar la mayor concentración de barcos que hasta entonces se había logrado en el Atlántico. La componían 130 grandes embarcaciones que transportaban 2.431 piezas de artillería y 22.000 soldados. A pesar de encontrarse en las cercanías del verano, la flota tuvo que esperar a que el tiempo ofreciese condiciones favorables para la navegación. El temporal del oeste no amainaba, por lo que la flota tuvo que detenerse todavía cerca deun mes anclada en las cercanías de Belem. Mas ninguno de estos contratiempos arredró a Felipe II ni a sus colaboradores. Se vivía intensamente la convicción de que Dios protegía a aquella escuadra, puesto que iba destinada a combatir a los herejes ingleses. Sabiéndose bajo la poderosa protecciónd el Altísimo, nada tenían que temer de sus enemigos.
Pero muy pronto comenzaron las desgracias. La marcha de la armada era extremadamente lenta. Los buques de la ruta de Indias no podían ressitir los temporales de los mares europeos; los víveres y el agua, envasados en barriles construidos con madera verde, se pudrían irremisiblemente. Después de detenerse cosa de un mes en La Coruña, la armada se hizo de nuevo a la mar. El 21 de julio aparecieron por primera vez las naves inglesas, dirigidas por el almirante Howard. Ya desde los primeros encuentros los ingleses comprendieron que eran superiores a sus enemigos, de modo que consiguieron desorganizarlos y obligarles a buscar refugio en el puerto de Calais. Desde este punto, Medina-Sidonia ordenó a Farnesio que iniciase el embarque, a lo que éste respondió cortésmente que no lo haría mientras no se garantizase la inactividad de la flotilla holandesa y de la escuadra de Howard.
Calais, más que un refugio para la armada española, se convirtió muy pronto en una ratonera. Los ingleses abandonaron a la entrada del puerto ocho brulotes, barcazas incendiarias que, empujadas por el viento y las mareas, podrían poner fuego a toda la escuadra. Los españoles cortaron amarras y abandonaron el puerto, mientras que lso barcos ingleses los acosaban a cañonazos. Los tiros de la artillería española quedaban cortos; todos los intentos de abordaje, en donde habrían tenido ventaja los españoles, resultaron inútiles. Las pérdidas de los españoles en barcos y vidas fueron enormes, mientras que las de los ingleses fueron bajísimas.
Para hacer creer a los ingleses que aquellos preparativos no iban contra ellos, Felipe ordenó qeu se entablasen negociaciones para concluir un tratado de paz con Inglaterra. Si se llegaba a firmar, se desmotraría que la armada había sido ioncapaz de ganar la batalla de la paz sin necesidad de entrar en la guerra. Al mismo tiempo, se publicaron todos los detalles de la flota que se preparaba. Aquellos documentos, que hoy día habrían sido considerados como un alto secreto militar, se difundieron por toda Europa, y los mismos capitanes ingleses pudieron conocer detalladamente las características del enemigo que se les venía encima. Todo ello tenía como finalidad disuadir a los ingleses de sus pirateos e inducirlos a firmar la paz con España. Pero la paz no se logró.
En mayo de 1588, Lisboa pudo contemplar la mayor concentración de barcos que hasta entonces se había logrado en el Atlántico. La componían 130 grandes embarcaciones que transportaban 2.431 piezas de artillería y 22.000 soldados. A pesar de encontrarse en las cercanías del verano, la flota tuvo que esperar a que el tiempo ofreciese condiciones favorables para la navegación. El temporal del oeste no amainaba, por lo que la flota tuvo que detenerse todavía cerca deun mes anclada en las cercanías de Belem. Mas ninguno de estos contratiempos arredró a Felipe II ni a sus colaboradores. Se vivía intensamente la convicción de que Dios protegía a aquella escuadra, puesto que iba destinada a combatir a los herejes ingleses. Sabiéndose bajo la poderosa protecciónd el Altísimo, nada tenían que temer de sus enemigos.
Pero muy pronto comenzaron las desgracias. La marcha de la armada era extremadamente lenta. Los buques de la ruta de Indias no podían ressitir los temporales de los mares europeos; los víveres y el agua, envasados en barriles construidos con madera verde, se pudrían irremisiblemente. Después de detenerse cosa de un mes en La Coruña, la armada se hizo de nuevo a la mar. El 21 de julio aparecieron por primera vez las naves inglesas, dirigidas por el almirante Howard. Ya desde los primeros encuentros los ingleses comprendieron que eran superiores a sus enemigos, de modo que consiguieron desorganizarlos y obligarles a buscar refugio en el puerto de Calais. Desde este punto, Medina-Sidonia ordenó a Farnesio que iniciase el embarque, a lo que éste respondió cortésmente que no lo haría mientras no se garantizase la inactividad de la flotilla holandesa y de la escuadra de Howard.
Calais, más que un refugio para la armada española, se convirtió muy pronto en una ratonera. Los ingleses abandonaron a la entrada del puerto ocho brulotes, barcazas incendiarias que, empujadas por el viento y las mareas, podrían poner fuego a toda la escuadra. Los españoles cortaron amarras y abandonaron el puerto, mientras que lso barcos ingleses los acosaban a cañonazos. Los tiros de la artillería española quedaban cortos; todos los intentos de abordaje, en donde habrían tenido ventaja los españoles, resultaron inútiles. Las pérdidas de los españoles en barcos y vidas fueron enormes, mientras que las de los ingleses fueron bajísimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario