¿Por qué extraño motivo se eligió Santiago de Compostela como sede de las próximas Cortes? Se decía que San Isidoro había profetizado, en la antigüedad, que el rein se arruinaría el día en que se celebraran las Cortes en Galicia. Mas la Corte de Carlos no atendía a las supersticiones populares, ni tampoco a las ciudades quejosas de tener qeu enviar a sus diputados al más apartado rincón del país. Con la elección de Santiago de Compostela se pretendía facilitar la partida de Carlos hacia Alemania. Tan pronto se clausuraran las Cortes, la flota, anclada en La Coruña, pondría rumbo al norte llevando al electo emperador a su destino. Por otra parte, las reivindicaciones de los procuradores perderían fuerza al no contar con una población que les apoyara. Para más seguridad, se envieraon órdenes terminantes a los corregidores de las ciudades representadas en las Cortes para que presionaran por todos los medios, a fin de conseguir que los diputados que se habían de elegir fuesen personas moderadas. También se pidió que se les concediesen plenos poderes con el fin de facilitar la concesión del deseado subsidio económico.
La oposición no había perdido el tiempo entretanto. Un grupo de franciscanos, agustinos y dominicos colaboró con los regidores de Salamanca en la redacción de un manifiesto que contenía un completo programa de acción. Los mismos religiosos se encargaron de distribuirlo por todo el reino. En él se fijaban las siguientes consignas y objetivos:
Los procuradores no llevarían plenos poderes, sino limitados. Atendiendo a la gravedad de cuanto estaba ocurriendo, las Cortes deberían aplazarse seis meses más. Antes de votar el subsidio, el rey debería atender a las peticiones de las Cortes; concretamente, se pediría "que no se quita la contratación de las Yndias, yslas e tierra firme de Sevilla, ni se pase a Flandes; que los oficios de dichas yslas que no se den a extranjeros". Insistirían, en caso de no poder impedir la partida del rey, en que se casara y dejase descendencia, o de lo contrario, permitiese la vuelta del infante Don Fernando. Si Carlos no prestaba oídos a sus peticioes, se le haría saber oficialmente que las Comunidades estaban dispuestas a hacerse cargo de sus propias responsabilidades, ambigua frase que ocultaba de mala manera la decisión de autogobernarse sin obligación de rendir cuentas a naie más que a la nación entera. Las Comunidades controlarían también las rentas del reino, y pedían que se nombrasen gobernadores con plenos poderes para proveer los oficios necesarios sin tener que recurrir a Flandes o a Alemania cada vez que hubiese ocasión de hacerlo.
Las Cortes comenzaron, pese a todo, el 31 de marzo. Las presidían el gran canciller Gattinara y 3el obispo Ruiz de la Mota. Toledo no estuvo presente, pues sus diputados, al no recibir poderes para votar el subsidio, prefirieron no asistir. A los delegados de Salamanca se les impidió participar, alegando minucias leguleyas. El discurso de apertura fue pronunciado por Mota, un discurso de circunstancias, destinado a conseguir por todos los medios que los diputados accediesen a conceder el servicio. Para ello, no dudó en tocar todos los resortes de la persuasión. Ensalzó hasta las mismas nubes la suprema dignidad de Carlos: "es más rey, porque es más natural rey, pues es no sólo rey e fijo de reyes, mas nieto y sucesor de setenta y tantos reyes". La misma Providencia lo había elegido para coronarlo emperador: "...lo quiso Dios y lo mandó así, porque hierra, a mi ver, quien piensa ni cree quel inperio del mundo se puedde alcanzar por consejo, industria ni diligencia humana; sólo Dios es el que lo da y lo puede dar".
Trató de llegar a los sentimientos religiosos de su auditorio, aludiendo a los servicios que Carlos haría por la cristiandad y por la lucha contra los infieles. Acto seguido, trató de halagarlos recalcando la importancia de Castilla, la neccesidad que Carlos tenía de los castellanos para llevar a cabo las grandes empresas a que Dios le llamaba. En consecuencia, Carlos veía en Castilla, según Mota, el amparo y la fuerza de todos los otros reinos. Por eso esperaba que sepa todo el mundo que "su majestad el rey parte de España con amor de sus vasallos y ellos quedan en gracia dél". Su ausencia no debió entristecerlos, pues prometía volver antes de tres años.
Apenas terminó Mota su discurso, habló el emperador en su recién aprendido castellano:
"Todo lo que el obispo de Badajoz os ha dicho, os lo ha dicho por mi mandato"
A continuación confirmó las tres cuestiones esenciales: sentía partir, pero no podía evitarlo; volvería antes de tres años; todos los cargos de responsabilidad pública quedaban en manos de castellanos. Y luego prometió por su fe y su palabra de rey que cumpliría estos propósitos.
La oposición no había perdido el tiempo entretanto. Un grupo de franciscanos, agustinos y dominicos colaboró con los regidores de Salamanca en la redacción de un manifiesto que contenía un completo programa de acción. Los mismos religiosos se encargaron de distribuirlo por todo el reino. En él se fijaban las siguientes consignas y objetivos:
Los procuradores no llevarían plenos poderes, sino limitados. Atendiendo a la gravedad de cuanto estaba ocurriendo, las Cortes deberían aplazarse seis meses más. Antes de votar el subsidio, el rey debería atender a las peticiones de las Cortes; concretamente, se pediría "que no se quita la contratación de las Yndias, yslas e tierra firme de Sevilla, ni se pase a Flandes; que los oficios de dichas yslas que no se den a extranjeros". Insistirían, en caso de no poder impedir la partida del rey, en que se casara y dejase descendencia, o de lo contrario, permitiese la vuelta del infante Don Fernando. Si Carlos no prestaba oídos a sus peticioes, se le haría saber oficialmente que las Comunidades estaban dispuestas a hacerse cargo de sus propias responsabilidades, ambigua frase que ocultaba de mala manera la decisión de autogobernarse sin obligación de rendir cuentas a naie más que a la nación entera. Las Comunidades controlarían también las rentas del reino, y pedían que se nombrasen gobernadores con plenos poderes para proveer los oficios necesarios sin tener que recurrir a Flandes o a Alemania cada vez que hubiese ocasión de hacerlo.
Las Cortes comenzaron, pese a todo, el 31 de marzo. Las presidían el gran canciller Gattinara y 3el obispo Ruiz de la Mota. Toledo no estuvo presente, pues sus diputados, al no recibir poderes para votar el subsidio, prefirieron no asistir. A los delegados de Salamanca se les impidió participar, alegando minucias leguleyas. El discurso de apertura fue pronunciado por Mota, un discurso de circunstancias, destinado a conseguir por todos los medios que los diputados accediesen a conceder el servicio. Para ello, no dudó en tocar todos los resortes de la persuasión. Ensalzó hasta las mismas nubes la suprema dignidad de Carlos: "es más rey, porque es más natural rey, pues es no sólo rey e fijo de reyes, mas nieto y sucesor de setenta y tantos reyes". La misma Providencia lo había elegido para coronarlo emperador: "...lo quiso Dios y lo mandó así, porque hierra, a mi ver, quien piensa ni cree quel inperio del mundo se puedde alcanzar por consejo, industria ni diligencia humana; sólo Dios es el que lo da y lo puede dar".
Trató de llegar a los sentimientos religiosos de su auditorio, aludiendo a los servicios que Carlos haría por la cristiandad y por la lucha contra los infieles. Acto seguido, trató de halagarlos recalcando la importancia de Castilla, la neccesidad que Carlos tenía de los castellanos para llevar a cabo las grandes empresas a que Dios le llamaba. En consecuencia, Carlos veía en Castilla, según Mota, el amparo y la fuerza de todos los otros reinos. Por eso esperaba que sepa todo el mundo que "su majestad el rey parte de España con amor de sus vasallos y ellos quedan en gracia dél". Su ausencia no debió entristecerlos, pues prometía volver antes de tres años.
Apenas terminó Mota su discurso, habló el emperador en su recién aprendido castellano:
"Todo lo que el obispo de Badajoz os ha dicho, os lo ha dicho por mi mandato"
A continuación confirmó las tres cuestiones esenciales: sentía partir, pero no podía evitarlo; volvería antes de tres años; todos los cargos de responsabilidad pública quedaban en manos de castellanos. Y luego prometió por su fe y su palabra de rey que cumpliría estos propósitos.
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