27 may 2015

¡OH DESDICHADA CASTILLA... NO SABRÁS HACIA DÓNDE VOLVERTE! (y V)

El grupo capitaneado por don Juan Manuel no aceptó la concordia de Salamanca. La opinión pública castellana, que no había visto con buenos ojos el segundo matrimonio de Fernando, consideró que la política del aragonés sólo obedecía a su desmedrado afán de poderío. El partido nobiliario presionó a Felipe para que cambiase de actitud. Además, durante el viaje una tempestad obligó a los reyes a recalar en Inglaterra, momento que el rey inglés, Enrique VII, aprovechó para concluir con Felipe un tratado comercial por el que se enviarían a Flandes grandes cantidades de lana inglesa, destinada a la confección de paños de baja calidad, ya que la lana castellana, mucho mejor que la inglesa, sólo se empleaba para hacer paños finos. Todas estas circunstancias hicieron concebir a Felipe I la idea de formar una liga antifernandina, en la que cerrarían filas junto a él Francia, Alemania, los Estados Pontificios, Inglaterra, España y posiblemente Portugal.
Fernando esperaba ansioso el desembarco de sus hijos en algún puerto del Cantábrico. Pero repentinamente la flota flamenca cambió de rumbo para evitar el encuentro con él. Primero se pensó en llegar hasta algún puerto de los que dominaba, en Andalucía, el duque de Medina-Sidonia. Finalmente se optó por desembarcar en La Coruña. Desde este momento comienza un extraño juego del ratón y el gto entre Fernando y Felipe. El primero acudía allá donde le decían que se hallaban los reyes. Éstos se ponían en camino antes de que llegara Fernando. Entretanto, Felipe el Hermoso daba tiempo a que los nobles castellanos abandonaran a Fernando y se uniesen a él. En efecto, hasta las personas de más confianza de Fernando se fueron pasando al bando de Felipe. Así el obispo Deza, que había sido preceptor del príncipe don Juan; el mismo Cisneros, a quien Fernando envió con un mensaje para Felipe... se cambiaron de bando. Es de imaginar la desilusión y amargura que tal comportamiento produjo en el ánimo de Fernando. Para colmo, los nobles publicaron un edicto en virtud del cual prohibían que ninguno de sus vecinos acudiera a Fernando y le facilitase alimentos.
Cuando Felipe se consideró lo suficientemente respaldado, aceptó la entrevista con el rey de Aragón. Felipe se presentó en el lugar convenido rodeado de todossus partidarios, los cuales, en su mayoría, se habían armado hasta los dientes. Malamente podían disimuarlo las vestiduras conque cubrían sus arneses. El mismo Fernando, que lo advirtió, dijo con socarronería al conde de Benavente: "Conde, ¿cómo os habéis fecho gordo?".
Las tropas de Felipe se acercaban a los 20.000 hombres entre castellanos, alemanes y flamencos. En contraste con el alarde de fuerza de Felipe, Fernando y sus acompañantes aparecían en indumentaria de viaje, sin más armas que las espadas que habitualmente llevaban siempre los caballeros de la época. Por un momento se temió que los soldados flamencos quisieran apresar a Fernando, pero no hubo violencias.
Fernando y Felipe hablaron a solas. El resultado de aquella entrevista fue la Concordia de Villafáfila (jurada por Fernando el 27 de junio de 1506), por la que Fernando entregaba a sus hijos la soberanía total. Al día siguiente se firmó también el Tratado de Benavente, que comprometía a Fernando a ayudar con todas sus fuerzas a su yerno en la posesión exvlusiva del Reino de Castilla. Fernando aceptó incluso el compromiso de ayudar a Felipe para impedir, aun por la fuerza, que Juana interviniese en el gobierno, dado que estaba loca. Podo después declaró Fernando secretamente, ante testigos, que había actuado obligado por Felipe, por lo que los acuerdos concertados con él carecían de validez. No era la primera vez que Fernando actuaba de la misma tortuosa manera. Así, desde luego, se cubría las espaldas, pues en caso extremo podía alegar que el mismo Felipe había reconocido la locura de Juana para exigir que se cumpliese al pie de la letra el testamento de Isabel.
Y así Fernando salió de Castilla camino de su reino de Aragón, acompañado de unos pocos fieles, como el humanista Pedro Mártir de Angleria, quien, con mano maestra, supo expresar los sentimientos que en aquellos momentos latían en los corazones de muchos de sus contemporáneos:

"Gustoramete, Castilla, viví en tu regazo mientas empuñaron las riendas de tu gobierno aquellas resplandecientes lámparas dela reina Isabel y su esposo Fernando. Ahora, en cambio, entristecido y de mal grado, sólo pienso en marcharme. Una paz, hasta ahora desconocida, te proporcionó en colaboración con su esposo el rey Fernando; cuya paz yo quiriera poner de manifiesto - con permiso de Felipe- que el rey Fernando se hubiera bastado solo para mantenerla adelante. No le faltan a Felipe bondad, ni talento, ni grandeza de alma; pero carece de experiencia. Volverás, oh desdichada Castilla, volverás a tu anterior confusión, puesto que has arrojado de tí tu alma. Te verás sumida en tal torbellino, que no sabrás hacia donde volverte".

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