La firma de los acuerdos de paz de Alcaçovas coincide con el inicio de un período de cierta estabilidad en las relaciones internacionales, de lasque los monarcas ibéricos van a aprovecharse cumplidamente. En 1479 también Fernando entraba en posesión, por muerte de Juan II, de sus reinos patrimoniales. Tanto en el reino castellan-leonés como en los estados de la Corona de Aragón, los monarcas van a proceder al desarrollo de una política autoritaria, ya esbozada a lo largo de los años de la guerra civil.
La idea de los Reyes Católicos como trituradores del estamento nobiliario ha de ser plenamente desechada. Se trata de una visión demasiado triunfalista y totalmente ajena a la realidad de los hechos. Ni todos los linajes nobiliarios habían tomado partido por Juana la Beltraneja en la guerra civil, ni los monarcas adopataron hacia la oligarquía nobiliaria una postura de fuerza que tratase de limar su potencia social y económica. Las sanciones de la Corona contra algunos miembros de la nobleza no pasarán de constituir puras medidas de pacificación, encaminadas al restablecimiento del orden y a evitar que la aristocracia castellana rebasara los límites dentro e los cuales había de desarrollar su actividad. Dicho en pocas palabras: el proceso de aristocratización de Castilla alcanza su confirmación bajo los Reyes Católicos en el terreno social, aunque las decisiones políticas van a depender ya, de forma decisiva, de la Corona.
Diversoso ejemplos pueden ser aducidos para exponer el signficado de esta política.
El más conocido de todos ellos es el de la ciudad de Sevilla, en la que los linajes de los duques de Medina-Sidonia y el marqués de Cádiz, enfrentados por un odio mortal desde hacía tiempo, perturbaron el orden de la ciudad. Aquí los monarcas aplicaron duros castigos, pero los cabezas de los clanes aristocráticos, si fueron expulsados del lugar, vieron plenamente confirmada la integridad de sus enormes dominios.
Otro ejemplo significativo está dado por la política de los monarcas en relación con el marquesado de Villena. Diego López Pacheco, heredero del antiguo valido de Enrique IV y juanista convencido, desde 1476 optó por hacer las paces con los monarcas cuando vio el peligro que corrían las villas de su señorío. Los monarcas, concluídas las paces con Portugal, actuaron de forma prudente, ya que si bien procedieron a la desmembración de los poderosos estados del marquesado, incorporando a la Corona villas de la importancia de Almansa, Chinchilla, Utiel, Albacete, Hellín, Yecla, Iniesta, La Roda... permitieron al titula la retención de algunos lugares como Belmonte, Alarcón o Jumilla, además de una serie de sustanciosas rentas. En el futuro, Diego López Pacheco se convertirá en un fiel servidor de los Reyes Católicos, colaborando de forma activa en la campaña de Granada.
A los pocos años de firmarse los acuerdos de Alcaçovas, Isabel y Fernando hubieron de enfrentarse con otro delicado problema, derivado de sus relaciones con el estamento nobiliario: la rebeldía del conde de Lemos, Rodrigo Enríquez Osorio, queen 1485 intentó apoderarse violentamente de Ponferrada. Los monarcas, lejos de utilizar la fuerza para someter a este magnate, optarían por la vía diplomática: incorporación de Ponferrada a la Corona, a cambio de una sustanciosa compensación económica.
El caso de Galicia resulta un tanto particular. Durante la guerra civil, los caballeros se habían decantado por el bando de Juana la Beltraneja, mientras que el estamento eclesíastico optó por el de Isabel. La anarquía endémica en que se debatía la región hizo de ella terreno propicio para que los Reyes Católicos se viesen obligados a aplicar una política de extremado rigor. El personaje más turbulento era el conde de Camiña, que desde 1478 llevó a cabo una auténtica guerra contra los señores vecinos: Garcí Sarmiento, señor de Sobroso, Lope de Montenegro, el arzobispo de Santiago y el conde de Monterrey. Al amparo de los distintos señores gallegos, auténticas bandas de facinerosos hacían difícil la evolución normal de la vida en la región. En 1480, los Reyes Católicos enviaron como representantes suyos a Fernando de Acuña, con el oficio de gobernador, y a Garcí López de Chinchilla, como regidor, ambos acompañados de un selecto cuerpo armado. Reunidos en Santiago los representatnes de los distintos lugares de la región gallega, se procedió a la creación de un alto tribunal de justicia para entender en todos los desafueros cometidos en los últimos años. Algunos señores acabaron por someterse. Otros, como el de Camiña, vieron sus fortalezas arrasadas por los agentes reales.
La nobleza, en definitiva, había pasado deelemento perturbador del orden a fuerza fiel a la autoridad monárquica y detentadora d los mayores recursos económicos del país.
La idea de los Reyes Católicos como trituradores del estamento nobiliario ha de ser plenamente desechada. Se trata de una visión demasiado triunfalista y totalmente ajena a la realidad de los hechos. Ni todos los linajes nobiliarios habían tomado partido por Juana la Beltraneja en la guerra civil, ni los monarcas adopataron hacia la oligarquía nobiliaria una postura de fuerza que tratase de limar su potencia social y económica. Las sanciones de la Corona contra algunos miembros de la nobleza no pasarán de constituir puras medidas de pacificación, encaminadas al restablecimiento del orden y a evitar que la aristocracia castellana rebasara los límites dentro e los cuales había de desarrollar su actividad. Dicho en pocas palabras: el proceso de aristocratización de Castilla alcanza su confirmación bajo los Reyes Católicos en el terreno social, aunque las decisiones políticas van a depender ya, de forma decisiva, de la Corona.
Diversoso ejemplos pueden ser aducidos para exponer el signficado de esta política.
El más conocido de todos ellos es el de la ciudad de Sevilla, en la que los linajes de los duques de Medina-Sidonia y el marqués de Cádiz, enfrentados por un odio mortal desde hacía tiempo, perturbaron el orden de la ciudad. Aquí los monarcas aplicaron duros castigos, pero los cabezas de los clanes aristocráticos, si fueron expulsados del lugar, vieron plenamente confirmada la integridad de sus enormes dominios.
Otro ejemplo significativo está dado por la política de los monarcas en relación con el marquesado de Villena. Diego López Pacheco, heredero del antiguo valido de Enrique IV y juanista convencido, desde 1476 optó por hacer las paces con los monarcas cuando vio el peligro que corrían las villas de su señorío. Los monarcas, concluídas las paces con Portugal, actuaron de forma prudente, ya que si bien procedieron a la desmembración de los poderosos estados del marquesado, incorporando a la Corona villas de la importancia de Almansa, Chinchilla, Utiel, Albacete, Hellín, Yecla, Iniesta, La Roda... permitieron al titula la retención de algunos lugares como Belmonte, Alarcón o Jumilla, además de una serie de sustanciosas rentas. En el futuro, Diego López Pacheco se convertirá en un fiel servidor de los Reyes Católicos, colaborando de forma activa en la campaña de Granada.
A los pocos años de firmarse los acuerdos de Alcaçovas, Isabel y Fernando hubieron de enfrentarse con otro delicado problema, derivado de sus relaciones con el estamento nobiliario: la rebeldía del conde de Lemos, Rodrigo Enríquez Osorio, queen 1485 intentó apoderarse violentamente de Ponferrada. Los monarcas, lejos de utilizar la fuerza para someter a este magnate, optarían por la vía diplomática: incorporación de Ponferrada a la Corona, a cambio de una sustanciosa compensación económica.
El caso de Galicia resulta un tanto particular. Durante la guerra civil, los caballeros se habían decantado por el bando de Juana la Beltraneja, mientras que el estamento eclesíastico optó por el de Isabel. La anarquía endémica en que se debatía la región hizo de ella terreno propicio para que los Reyes Católicos se viesen obligados a aplicar una política de extremado rigor. El personaje más turbulento era el conde de Camiña, que desde 1478 llevó a cabo una auténtica guerra contra los señores vecinos: Garcí Sarmiento, señor de Sobroso, Lope de Montenegro, el arzobispo de Santiago y el conde de Monterrey. Al amparo de los distintos señores gallegos, auténticas bandas de facinerosos hacían difícil la evolución normal de la vida en la región. En 1480, los Reyes Católicos enviaron como representantes suyos a Fernando de Acuña, con el oficio de gobernador, y a Garcí López de Chinchilla, como regidor, ambos acompañados de un selecto cuerpo armado. Reunidos en Santiago los representatnes de los distintos lugares de la región gallega, se procedió a la creación de un alto tribunal de justicia para entender en todos los desafueros cometidos en los últimos años. Algunos señores acabaron por someterse. Otros, como el de Camiña, vieron sus fortalezas arrasadas por los agentes reales.
La nobleza, en definitiva, había pasado deelemento perturbador del orden a fuerza fiel a la autoridad monárquica y detentadora d los mayores recursos económicos del país.
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