La reorganización de la Hermandad (Santa Hermandad en el futuro) constituye uno de los máximos logros de los reyes en pro del restablecimiento del orden interno en Castilla, sumamente quebrantado por la anarquía desencadenada por los nobles en el anterior reinado y por la proliferación de grupos de maleantes, formados al calor de la última guerra civil. Los monarcas no hacen sino tomar el ejemplo de las antiguas hermandades parciales de ciudades, de valor y radio de acción puramente regional. La Santa Hermandad, estructurada en las Cortes de Madrigal de 1476, se formó por la colaboración de todos los concejos castellanos y constituyó un instituto armado, encargado de perseguir los delitos en despoblado. La cuadrilla se convirtió en la célula fundamental para la vigilancia de los campos. Las fuerzas de la Hermandad llegaron a constituir un fuerte contingente paramilitar, perfectamente integrable en un ejército permanente -otro de los instrumentos de la monarquía autoritaria-. Así se mostró en algunas operaciones de la guerra de Granada. El contador de los reyes, Alfonso de Quintanilla, el obispo de Cartagena, Lope de Ribas, y el hijo del conde de Haro fueron los principales impulsores de la institución. El dinero necesario para su mantenimiento salió de impuestos establecidos sobre las mercancías, con excepción de la carne. En principio, la Hermandad no había de tener carácter permanente. Vivió de sucesivas prórrogas aprobadas por procuradores de los concejos de Castilla, reunidos por Santa María de agosto (15 de este mes), hasta que a la larga la costumbre de la prórroga acabó convirtiéndola en un organismo permanente.
Así, una institución surgida de forma espontánea para la defensa de intereses puramente comarcales y, en última instancia, de la autoridad real, fue utilizada por ésta en provecho propio. La introducción de la Hermandad en Galicia es el mejor síntoma de cómo los monarcas canalizaron e institucionalizaron un movimiento del que todavía quedaban los rescoldos, los hermandinhos, para convertirlo en una fuerza militar al servicio del poder central.
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Así, una institución surgida de forma espontánea para la defensa de intereses puramente comarcales y, en última instancia, de la autoridad real, fue utilizada por ésta en provecho propio. La introducción de la Hermandad en Galicia es el mejor síntoma de cómo los monarcas canalizaron e institucionalizaron un movimiento del que todavía quedaban los rescoldos, los hermandinhos, para convertirlo en una fuerza militar al servicio del poder central.
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