En 1481, una vez borradas las secuelas más inmediatas de la guerra civil, los Reyes Católicos emprendieron un viaje por territorio de la Corona de Aragón, reuniendo Cortes en las cabeceras de los tres principales estados: Zaragoza, Barcelona y Valencia. Dadas sus peculiaridades, la política de autoritarismo real va adquirir unos matices distintos a los que toma en el reino castellano-leonés.
De las tres grandes unidades que constituían la Corona aragonesa, el reino de Aragón tenía una estructura similar a la castellana: oligarquía nobiliaria, latifundios, gran importancia de la ganadería. La adscripción de los campesinos a la tierra perviviría aún durante varios siglos. Algunas rebeliones campesinas, como la de Ariza, fueron resueltas, pese a la buena voluntad del rey hacia los sublevados, con una sentencia a favor de los nobles.
El reino de Valencia había cobrado desde comienos del siglo XV una importancia cada vez mayor. A costa de la decadencia de Barcelona, el puerto valenciano se había convertido en un gran centro de exportación. Ya Fernando el de Antequera había visto en él un buen punto de salida para la lana castellana. El campo valenciano, ocupado en gran medida por el elemento mudéjar,no planteó apenas problemas en lo que a reivindicaciones sociales se refiere.
Cataluña era, en definitiva, la que más quebraderos de cabeza podía plantear a la realeza. En efecto, al subir al trono Fernando, los vestigios de la revolución y guerra civil no habían sido del todo eliminados, y hubo que proceder a una política de enderezamiento de la vida del principado.
Hacia 1484, el problema remensa vino a agravarse al producirse una sublevación de campesinos, encabezada por Pere Joan Sala. El condestable de Aragón, conde de Cardona, se vio obligado a reclutar un ejército con el que derrotó a los rebeldes. Fernando se mantuvo fiel a sus principios. A pesar de que el problema remensa estaba en estudio para una pronta solución, consideró que Sala y algunos de sus más ardientes seguidorees debían ser castigados. No obstante, las legítimas aspiraciones del campesinado habían de ser atendidas. Ello hubo de cristalizar en la Sentencia de Guadalupe de 1468, por la que se reconoció que los antiguos propietarios tenían derecho a la tierra, pero no al cultivador de la misma. Éste podía seguir cultivando la propiedad, a cambio de una renta razonable al antiguo señor. Desaparecían así definitivamente los malos usos y otras servidumbres. Todo ello hubo de repercutir muy favorablemente en la evolución de la agricultura catalana.
El otro grave problema a resolver -secuela de la revolución- era el del dominio de algunos municipios (Barcelona en especial) por parte de una oligarquía en decadencia. Fernando era enemigo de las luchas sociales y políticas, y también en este caso propuso obrar en consecuencia. Educado en los principios contenidos en el Regiment de Principes de Eximenis, en las Ordenaciones de Pedro el Ceremonioso y en los Furs de Valencia, testimonios estrictamente pactistas, Fernando no aplicó hacia el principado ninguna política absolutista, ni tan siquiera autoritaria, sino sólo "preeminencial". El soberano actuaba como "cabeza, defensor y protector, por la Gracia de Dios, del Principado de Cataluña". La Constitución de la Observança, emanada de las Cortes de 1480-1481, suponía la coronación de todo el edificio pactista sobre la que pensaba hacer descansar el monarca sus relaciones para con Cataluña.
Esta línea de conducta templada fue posible gracias al fracaso del pactismo a ultranza de los bigarios extremistas de la revolución de 1461. Por otra parte, la formación de un partido dispuesto a colaborar con las medidas reales fue allanando el camino. El director de esta tendencia fue Jaume Destorrent. El miedo al pasado, el conformismo y la esperanza en la política apaciguadora del nuevo monarca fueron sus líneas directrices. Este mismo grupo propuso a Fernando en 1488 una serie de audaces medidas, a fin de reestructurar la constitución del principado.
La primera fue dirigida a intervenir directamente en la elaboración de consellers. En 1490 y en años sucesivos, Destorrent procedió a encabezar un Consell de Cent que, de hecho, depositaba en elmonarca las facultades de gobierno. Tal expediente, sin embargo, no podía constituir en absoluto una medida popular. De ahí que desde 1498 se optase por introducir en el municipio barcelonés el sistema de insaculación que ya otras ciudades habían adoptado en años anteriores.
Si la decadencia del principado era un hecho irremediable, las medidas tomadas por Fernando el Católico contribuyeron a que Cataluña experimentase una cierta recuperación, en comparación con la situación legada de inmediato por el proceso revolucionario. Hacia 1495, la población de Barcelona (reducida a 20.000 habitantes veinte años atrás) era ya de más de 28.000 almas, cifra que, sin embargo, distaba bastante de ser la de los mejores teimpos de la ciudad. Desde el punto de vista económico se apreciaban también algunos síntomas de enderezamiento: reavivación del consulado catalán en Alejandría, impulso a la economía textil, saneamiento de la moneda... Sin embargo, Castilla es y será cada vez más el eje económico de la Península.
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De las tres grandes unidades que constituían la Corona aragonesa, el reino de Aragón tenía una estructura similar a la castellana: oligarquía nobiliaria, latifundios, gran importancia de la ganadería. La adscripción de los campesinos a la tierra perviviría aún durante varios siglos. Algunas rebeliones campesinas, como la de Ariza, fueron resueltas, pese a la buena voluntad del rey hacia los sublevados, con una sentencia a favor de los nobles.
El reino de Valencia había cobrado desde comienos del siglo XV una importancia cada vez mayor. A costa de la decadencia de Barcelona, el puerto valenciano se había convertido en un gran centro de exportación. Ya Fernando el de Antequera había visto en él un buen punto de salida para la lana castellana. El campo valenciano, ocupado en gran medida por el elemento mudéjar,no planteó apenas problemas en lo que a reivindicaciones sociales se refiere.
Cataluña era, en definitiva, la que más quebraderos de cabeza podía plantear a la realeza. En efecto, al subir al trono Fernando, los vestigios de la revolución y guerra civil no habían sido del todo eliminados, y hubo que proceder a una política de enderezamiento de la vida del principado.
Hacia 1484, el problema remensa vino a agravarse al producirse una sublevación de campesinos, encabezada por Pere Joan Sala. El condestable de Aragón, conde de Cardona, se vio obligado a reclutar un ejército con el que derrotó a los rebeldes. Fernando se mantuvo fiel a sus principios. A pesar de que el problema remensa estaba en estudio para una pronta solución, consideró que Sala y algunos de sus más ardientes seguidorees debían ser castigados. No obstante, las legítimas aspiraciones del campesinado habían de ser atendidas. Ello hubo de cristalizar en la Sentencia de Guadalupe de 1468, por la que se reconoció que los antiguos propietarios tenían derecho a la tierra, pero no al cultivador de la misma. Éste podía seguir cultivando la propiedad, a cambio de una renta razonable al antiguo señor. Desaparecían así definitivamente los malos usos y otras servidumbres. Todo ello hubo de repercutir muy favorablemente en la evolución de la agricultura catalana.
El otro grave problema a resolver -secuela de la revolución- era el del dominio de algunos municipios (Barcelona en especial) por parte de una oligarquía en decadencia. Fernando era enemigo de las luchas sociales y políticas, y también en este caso propuso obrar en consecuencia. Educado en los principios contenidos en el Regiment de Principes de Eximenis, en las Ordenaciones de Pedro el Ceremonioso y en los Furs de Valencia, testimonios estrictamente pactistas, Fernando no aplicó hacia el principado ninguna política absolutista, ni tan siquiera autoritaria, sino sólo "preeminencial". El soberano actuaba como "cabeza, defensor y protector, por la Gracia de Dios, del Principado de Cataluña". La Constitución de la Observança, emanada de las Cortes de 1480-1481, suponía la coronación de todo el edificio pactista sobre la que pensaba hacer descansar el monarca sus relaciones para con Cataluña.
Esta línea de conducta templada fue posible gracias al fracaso del pactismo a ultranza de los bigarios extremistas de la revolución de 1461. Por otra parte, la formación de un partido dispuesto a colaborar con las medidas reales fue allanando el camino. El director de esta tendencia fue Jaume Destorrent. El miedo al pasado, el conformismo y la esperanza en la política apaciguadora del nuevo monarca fueron sus líneas directrices. Este mismo grupo propuso a Fernando en 1488 una serie de audaces medidas, a fin de reestructurar la constitución del principado.
La primera fue dirigida a intervenir directamente en la elaboración de consellers. En 1490 y en años sucesivos, Destorrent procedió a encabezar un Consell de Cent que, de hecho, depositaba en elmonarca las facultades de gobierno. Tal expediente, sin embargo, no podía constituir en absoluto una medida popular. De ahí que desde 1498 se optase por introducir en el municipio barcelonés el sistema de insaculación que ya otras ciudades habían adoptado en años anteriores.
Si la decadencia del principado era un hecho irremediable, las medidas tomadas por Fernando el Católico contribuyeron a que Cataluña experimentase una cierta recuperación, en comparación con la situación legada de inmediato por el proceso revolucionario. Hacia 1495, la población de Barcelona (reducida a 20.000 habitantes veinte años atrás) era ya de más de 28.000 almas, cifra que, sin embargo, distaba bastante de ser la de los mejores teimpos de la ciudad. Desde el punto de vista económico se apreciaban también algunos síntomas de enderezamiento: reavivación del consulado catalán en Alejandría, impulso a la economía textil, saneamiento de la moneda... Sin embargo, Castilla es y será cada vez más el eje económico de la Península.
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