
Su llegada es trascendental para África, ya que con ellos cambia su fisonomía. Cuando un siglo más tarde la reconquista Justiniano, ya no será la "provincia" por antonomasia del Imperio, el vergel donde las grandes familias de la aristocracia romana hacían sus villas de recreo; por el contrario, la encontrará desromanizada y en proceso de rápida desculturización. La región está minada por la lucha entre la población afrorromana (católicos) y los vándalos (arrianos); la agricultura y el paisaje, deshechos por las devastaciones. Situada en un clima seco, en el que la vegetación, una vez perdida, sólo se recupera con grandes esfuerzos, África del Norte adquiere entonces la apariencia de tierra semidesértica con que nosotros la conocemos actualmente.
A pesar de ello, el poder militar de los vándalos no decrece, poniendo en peligro a Roma, que tiene que acceder, impotente, a todas sus peticiones. En el año 442 ha de reconocer su asentamiento en Túnez como federados. Desde allí se extienden radialmente por Numidia, Mauritania y Tripolitania. Genserico logra entrar en la misma Roma. En el año 470 conquistan Sicilia, último granero de Roma, una vez perdidas Hispania y Egipto. La Ciudad Eterna no podía sobrevivir a esta pérdida. Ante la huida en masa de sus habitantes, el emperador hubo de reconocerles la independencia total para conseguir la devolución de Sicilia. Era el primer estado bárbaro en obtenerla. A cambio de ella, el Imperio prorrogaba en nueve años su lenta agonía.
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