Las diferencias que antes establecía el nacimiento desaparecieron para dejar paso a las nacidas de las riquezas de cada cual. La antigua división entre patricios y plebeyos dejó paso a otra no menos injusta: la división entre ricos y pobres.
Al abolirse las leyes que permitían a los ciudadanos esclavizarse entre sí por causa de las deudas, la unidad y cohesión de la República se reforzó, pero al mismo tiempo las grandes explotaciones agropecuarias y la incipiente industria se vieron abocadas a la ruina, al faltar la mano de obra esclava que hasta entonces era reclutada especialmente entre la población insolvente.
No se encontró mejor solución que la de ir a buscar esclavos a los pueblos extranjeros. Y así, el Estado romano se convirtió en una democracia de signo esclavista (como los Estados Unidos del siglo XIX). La necesidad de abastecerse de mano de obra esclava determinó a su vez la política militarista y expansionista del Estado Romano. La conquista de nuevas tierras exigió, por su parte, más esclavos que las trabajaran y, en consecuencia, nuevas guerras de conquista.
Se iniciaba, pues, un proceso de crecimiento que llevaría a Roma a devorar literalmente el mundo conocido y que sólo se podía detener en el momento en que topara con fuerzas capaces de oponer a sus soldados una barrera infranqueable. Siglos después, los bárbaros de allende el Danubio y los pueblos partos de Mesopotamia, entre otros, impedirían al pulpo romano seguir extendiendo sus tentáculos. Desde aquel momento, la suerte de Roma estuvo echada y la quiebra no tardó en llegar (como le ocurre a Occidente en la actualidad).
Como consecuencia de la expulsión de Roma de la monarquía, la región del Lacio no tardó en conquistar su independencia de los etruscos. Pero, al mismo tiempo, el tráfico comercial entre los etruscos y los griegos del sur de Italia quedó interrumpido por los obstáculos que romanos y latinor le impusieron. Así, Roma se convirtió en un estado agrícola con fuerte predominio de la población rural frente a la ciudadanía. El eje del comercio ya no pasaba por el meridiano de Roma, sino que seguía el paralelo que enlazaba los establecimientos fenicios y púnicos con los griegos de Sicilia e Italia meridional.
La recesión económica que experimentó el Lacio y la pérdida de la influencia que Roma había adquirido bajo los reyes etruscos hizo que las poblaciones circunvecinas cayeran sobre la región en son de guerra. El miedo a ser rodeada por los enemigos vecinos hizo que Roma cerrase filas, mediante tratados de alianza con los demás pueblos amenazados, y que se lanzase, con una tenacidad sorprendente y con una asombrosa capacidad de recuperación tras cada derrota, a la tarea de asegurar su supervivencia a toda costa. Así fue como nació la superpotencia militar romana: como una necesidad vital que acabaría siendo su propia ruina siglos después.
Al abolirse las leyes que permitían a los ciudadanos esclavizarse entre sí por causa de las deudas, la unidad y cohesión de la República se reforzó, pero al mismo tiempo las grandes explotaciones agropecuarias y la incipiente industria se vieron abocadas a la ruina, al faltar la mano de obra esclava que hasta entonces era reclutada especialmente entre la población insolvente.
No se encontró mejor solución que la de ir a buscar esclavos a los pueblos extranjeros. Y así, el Estado romano se convirtió en una democracia de signo esclavista (como los Estados Unidos del siglo XIX). La necesidad de abastecerse de mano de obra esclava determinó a su vez la política militarista y expansionista del Estado Romano. La conquista de nuevas tierras exigió, por su parte, más esclavos que las trabajaran y, en consecuencia, nuevas guerras de conquista.
Se iniciaba, pues, un proceso de crecimiento que llevaría a Roma a devorar literalmente el mundo conocido y que sólo se podía detener en el momento en que topara con fuerzas capaces de oponer a sus soldados una barrera infranqueable. Siglos después, los bárbaros de allende el Danubio y los pueblos partos de Mesopotamia, entre otros, impedirían al pulpo romano seguir extendiendo sus tentáculos. Desde aquel momento, la suerte de Roma estuvo echada y la quiebra no tardó en llegar (como le ocurre a Occidente en la actualidad).
Como consecuencia de la expulsión de Roma de la monarquía, la región del Lacio no tardó en conquistar su independencia de los etruscos. Pero, al mismo tiempo, el tráfico comercial entre los etruscos y los griegos del sur de Italia quedó interrumpido por los obstáculos que romanos y latinor le impusieron. Así, Roma se convirtió en un estado agrícola con fuerte predominio de la población rural frente a la ciudadanía. El eje del comercio ya no pasaba por el meridiano de Roma, sino que seguía el paralelo que enlazaba los establecimientos fenicios y púnicos con los griegos de Sicilia e Italia meridional.
La recesión económica que experimentó el Lacio y la pérdida de la influencia que Roma había adquirido bajo los reyes etruscos hizo que las poblaciones circunvecinas cayeran sobre la región en son de guerra. El miedo a ser rodeada por los enemigos vecinos hizo que Roma cerrase filas, mediante tratados de alianza con los demás pueblos amenazados, y que se lanzase, con una tenacidad sorprendente y con una asombrosa capacidad de recuperación tras cada derrota, a la tarea de asegurar su supervivencia a toda costa. Así fue como nació la superpotencia militar romana: como una necesidad vital que acabaría siendo su propia ruina siglos después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario