Ilustrados por la recreación del puerto de Cartago, que sin duda debió haber sido una de las Maravillas del Mundo Antiguo, volvamos a nuestros amigos, los cartagineses, para analizar cómo se prepararon para desquitarse de los agravios padecidos bajo el liderazgo de Amílcar Barca.
Amílcar acababa de desembarcar con su ejército en el puerto de Gadir, dispuesto a crear en la Península un nuevo imperio colonial para su pueblo que a la vez sirviese como base de operaciones contra Roma.
Los primeros en recibir el choque de las tropas cartaginesas fueron los habitantes de la cuenca del Betis. Ante la embestida del ejército, los reyezuelos de la región cerraron filas en torno a uno de ellos, llamado Istolacio. Cada cual envió a los mercenarios celtas que tenía a su servicio y, a las fuerzas de resistencia, se les unió un grupo de tropas lusitanas bajo el mando de Indortes. Pero Amílcar los derrotó, batalla tras batalla, llegando incluso a incorporar a sus filas a más de 3.000 desertores. Los jefes de la resistencia que eran apresados recibían castigos inclementes: les sacaban los ojos antes de crucificarlos.
Uno tras otro, los reyezuelos fueron entregándose por la fuerza, por el miedo o por la diplomacia, y sus tropas se fueron agregando al ejército cartaginés. Así fue como muy pronto Amílcar pudo controlar la región minera de Cástulo, donde se hicieron nuevas prospecciones que sirvieron para que la abundante plata del lugar llenase las arcas cartaginesas: la conquista estaba siendo rentable.
Amílcar acababa de desembarcar con su ejército en el puerto de Gadir, dispuesto a crear en la Península un nuevo imperio colonial para su pueblo que a la vez sirviese como base de operaciones contra Roma.
Los primeros en recibir el choque de las tropas cartaginesas fueron los habitantes de la cuenca del Betis. Ante la embestida del ejército, los reyezuelos de la región cerraron filas en torno a uno de ellos, llamado Istolacio. Cada cual envió a los mercenarios celtas que tenía a su servicio y, a las fuerzas de resistencia, se les unió un grupo de tropas lusitanas bajo el mando de Indortes. Pero Amílcar los derrotó, batalla tras batalla, llegando incluso a incorporar a sus filas a más de 3.000 desertores. Los jefes de la resistencia que eran apresados recibían castigos inclementes: les sacaban los ojos antes de crucificarlos.
Uno tras otro, los reyezuelos fueron entregándose por la fuerza, por el miedo o por la diplomacia, y sus tropas se fueron agregando al ejército cartaginés. Así fue como muy pronto Amílcar pudo controlar la región minera de Cástulo, donde se hicieron nuevas prospecciones que sirvieron para que la abundante plata del lugar llenase las arcas cartaginesas: la conquista estaba siendo rentable.
Avanzando hacia el este, los cartagineses llegaron hasta Mastia y la rebasaron, sometiendo a su paso a las ciudades ibéricas que iban encontrando. La mayor parte de las colonias griegas también se fueron entregando al poderío de Amílcar. Pero simultáneamente, numerosas quejas habían ido llegando a Roma. Amilcar había violado el pacto firmado con Roma en el 348 a. de C. en el que se fijaba la zona límite de influencia cartaginesa en la ciudad de Mastia, que ahora le quedaba muy a sus espaldas. Los romanos, aliados de los focenses, ya frecuentaban la Península desde hacía tiempo, como demuestran las abundantes piezas de cerámica campaniense halladas en las rutas que conducían desde Levante hasta Cástulo.
Sin embargo, la reacción inicial de Roma se limitó a enviar una embajada en el año 231 para protestar contra la política expansionista cartaginesa. Amílcar los recibió amablemente y, por toda respuesta, alegó que los cartagineses estaban involucrados en aquella empresa para poder saldar las deudas contraídas con Roma. He aquí un curioso juego de intereses políticos, económicos y diplomáticos que podrían evocar ciertas situaciones mucho más contemporáneas de nuestra Historia.
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Sin embargo, la reacción inicial de Roma se limitó a enviar una embajada en el año 231 para protestar contra la política expansionista cartaginesa. Amílcar los recibió amablemente y, por toda respuesta, alegó que los cartagineses estaban involucrados en aquella empresa para poder saldar las deudas contraídas con Roma. He aquí un curioso juego de intereses políticos, económicos y diplomáticos que podrían evocar ciertas situaciones mucho más contemporáneas de nuestra Historia.
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