La noticia de los descubrimientos hechos por colón se extendió rápidamente por toda Europa, siendo creencia general, de la que participaba el propio Almirante, que las tierras descubiertas correspondían a los países del extremo oriental de Asia descritas por Marco Polo. De aquí surgió una nueva dificultad, pues el Papa había concedido a los portugueses la propiedad de aquellos países según los fueran descubriendo.
Los Reyes Católicos solicitaron entonces del pontífice Alejandro VI, que era español y se llamaba Rodrigo de Borja, padre del famoso César Borgia y de su hermana Lucrecia, el reconocimiento de la soberanía sobre las tierras descubiertas por Colón. El Papa trazó entonces una línea llamada "de Demarcación", determinada por el meridiano situado "a 100 leguas al oeste de las Azores", resolviendo que todas las tierras que se descubrieran a occidente de la línea perteneciesen a España, y las halladas en oriente a Portugal.
Pero el rey portugués no se conformó con esa decisión, y la cuestión estuvo a punto de ser causa de una guerra entre los dos países ibéricos, que al fin se pusieron de acuerdo por el tratado de Tordesillas, firmado en 1494. En dicho tratado se estipulaba que la línea de demarcación pasara a ciento sesenta leguas más al oeste que la anterior.
Colón hizo luego otros viajes, descubriendo en el segundo Puerto Rico y las pequeñas Antillas, y en el tercero el Nuevo Continente; pero él designó todas estas tierras trasatlánticas con el nombre de Indias, por creerse todavía al extremo oriental de Asia.
Enterados los Reyes Católicos por cartas del mismo Colón del lamentable estado de La Española, enviaron como "juez pesquisidor" a don Francisco de Bobadilla, hombre de reta intención y escasa inteligencia. Apenas desembarcó, Bobadilla ordenó que se abriera un proceso contra Colón, y lo envió de vuelta a España cargado de cadenas, juntamente con su hermano Bartolomé y su hijo Diego. Corría entonces el año 1500.
Los reyes recibieron afectuosamente a Colón, le devolvieron sus títulos y privilegios y quitaron el mando a Bobadilla, que había sido nombrando gobernador de La Española y demás tierras descubiertas al comendador don Nicolás Ovando. Pero prohibieron al Almirante de la Mar Océana que volviera a La Española, en la que continuaban los desórdenes.
Colón emprendió un cuarto viaje, en el que aspiraba a encontrar el paso que desde las tierras entrevistas en su anterior expedición, que seguía creyendo pertenecían al continente asiático le llevase a las ricas regiones descritas por Marco Polo y a las que poco antes había llegado el portugués Vasco de Gama.
Con cuatro navíos llegó Colón frente a las costas de La Española en el año 1502. Pero como el comendador Ovando le negó el permiso para desembarcar, partió con rumbo a tierra firme, recorriendo las costas de Honduras y Costa Rica en busca del deseado paso. No lo halló, y al verse sin víveres y con las naves destrozadas, se dirigió a Jamaica, sufriendo en esta isla penalidades sin cuento.
Al fin, recogidos el Almirante y los restos de sus tripulaciones por unas carabelas enviadas por Ovando, regresó Colón a España, enfermo y desengañado, el año 1504. Nada más pisar la Península, se enteró de la grave enfermedad y posterior muerte de Isabel la Católica, cuya protección nunca le había faltado.
Una vez repuesto de las penalidades del viaje, Colón pasó a la corte de don Fernando el Católico, que lo recibió con indiferencia. Desde entonces, el Almirante vivió agobiado por sus pesares y dolencias, pero no pobre ni en la cárcel, como dice la perversa leyenda, sino convertido en uno de los principales personajes de España. Sus achaques le impidieron ponerse en camino para recibir a los nuevos reyes, doña Juana y don Felipe, enviando para saludarles a su hermano Bartolomé.
Poco más tarde, Cristóbal Colón se agravó en sus dolencias. Hizo testamento y dio a su hijo saludables consejos, muriendo "cristianamente" en Valladolid el 20 de mayo de 1506.
Los sucesores de Colón gozaron de los honores y privilegios alcanzados por él. Su hijo Diego gobernó algún tiempo La Española, y éste y sus descendientes entablaron con la corona de España un largo pleito por incumplimiento de las "Capitulaciones de Santa Fe". Finalmente llegaron a un acuerdo con la realeza durante el reinado del emperador Carlos I, en virtud del cual don Luis Colón, "tercer Almirante", renunció a todos sus derechos a cambio del título de duque de Veragua y diez mil ducados anuales de renta.
Los restos mortales del descubridor del Nuevo Mundo fueron trasladados de Valladolid a Sevilla, luego (1536) a Santo Domingo, y por último (1775) a la Habana, de donde se trajeron nuevamente a España, al emanciparse de nuestro dominio la isla de Cuba. Hoy se hallan en la catedral de Sevilla. Los descendientes de Cristóbal Colón son los actuales duques de Veragua.
Los reyes recibieron afectuosamente a Colón, le devolvieron sus títulos y privilegios y quitaron el mando a Bobadilla, que había sido nombrando gobernador de La Española y demás tierras descubiertas al comendador don Nicolás Ovando. Pero prohibieron al Almirante de la Mar Océana que volviera a La Española, en la que continuaban los desórdenes.
Colón emprendió un cuarto viaje, en el que aspiraba a encontrar el paso que desde las tierras entrevistas en su anterior expedición, que seguía creyendo pertenecían al continente asiático le llevase a las ricas regiones descritas por Marco Polo y a las que poco antes había llegado el portugués Vasco de Gama.
Con cuatro navíos llegó Colón frente a las costas de La Española en el año 1502. Pero como el comendador Ovando le negó el permiso para desembarcar, partió con rumbo a tierra firme, recorriendo las costas de Honduras y Costa Rica en busca del deseado paso. No lo halló, y al verse sin víveres y con las naves destrozadas, se dirigió a Jamaica, sufriendo en esta isla penalidades sin cuento.
Al fin, recogidos el Almirante y los restos de sus tripulaciones por unas carabelas enviadas por Ovando, regresó Colón a España, enfermo y desengañado, el año 1504. Nada más pisar la Península, se enteró de la grave enfermedad y posterior muerte de Isabel la Católica, cuya protección nunca le había faltado.
Una vez repuesto de las penalidades del viaje, Colón pasó a la corte de don Fernando el Católico, que lo recibió con indiferencia. Desde entonces, el Almirante vivió agobiado por sus pesares y dolencias, pero no pobre ni en la cárcel, como dice la perversa leyenda, sino convertido en uno de los principales personajes de España. Sus achaques le impidieron ponerse en camino para recibir a los nuevos reyes, doña Juana y don Felipe, enviando para saludarles a su hermano Bartolomé.
Poco más tarde, Cristóbal Colón se agravó en sus dolencias. Hizo testamento y dio a su hijo saludables consejos, muriendo "cristianamente" en Valladolid el 20 de mayo de 1506.
Los sucesores de Colón gozaron de los honores y privilegios alcanzados por él. Su hijo Diego gobernó algún tiempo La Española, y éste y sus descendientes entablaron con la corona de España un largo pleito por incumplimiento de las "Capitulaciones de Santa Fe". Finalmente llegaron a un acuerdo con la realeza durante el reinado del emperador Carlos I, en virtud del cual don Luis Colón, "tercer Almirante", renunció a todos sus derechos a cambio del título de duque de Veragua y diez mil ducados anuales de renta.
Los restos mortales del descubridor del Nuevo Mundo fueron trasladados de Valladolid a Sevilla, luego (1536) a Santo Domingo, y por último (1775) a la Habana, de donde se trajeron nuevamente a España, al emanciparse de nuestro dominio la isla de Cuba. Hoy se hallan en la catedral de Sevilla. Los descendientes de Cristóbal Colón son los actuales duques de Veragua.
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