Se pueden entrever algunos otros datos sobre la actividad de Amílcar en la Península Ibérica. Así, Dión Casio informa que en el año 231 a.de C. tiene lugar la primera intervención de Roma en los asuntos de la Península. los romanos, para informarse directamente de los sucesos, enviaron una embajada, Amílcar la acogió afablemente y justificó su actitud sosteniendo que se había visto obligado a llevar la guerra a la Península Ibérica para poder pagar las deudas que los cartagineses tenían contraídas con los romanos, ya que por ningún otro procedimiento podían pagarlas, a lo que los romanos no objetaron nada.
Un historiador de segunda fila, Cornelio Nepote, da algún dato interesante como que "enriqueció toda África con caballos, armas, hombres y dinero"; sin duda para tener contentos a cuantos en Cartago apoyaban su causa. Es esto un aspecto interesante de la política seguida por Amílcar, y en general por los monarcas helenísticos, que hacían continuos regalos, costumbre qeu chocaba a los romanos de la época de Pirro, que eran mucho más austeros en este punto. Apiano descubre esta política más claramente aún, "de este modo se proporcionó la ocasión de actuar y ganarse con dinero a sus conciudadanos". El botín lo dividió en dos lotes, uno para repartirlo a los soldados y el segundo para enviarlo a Cartago.
Cornelio Nepote y Orosio expresamente sostienen la tesis de qeu planeaba atacar a los romanos, lo que no parece probable.
Al frente del ejército quedó el yerno de Amilcar, Asdrúbal, que después e la muerte de su suegro levantó el campamento y se refugió en AkraLeuke. El ejército le proclamó general a continuación, al igual que los cartagineses. Esta proclamación era un acto revolucionario, y recuerda las costumbres de los ejércitos helenísticos. Diodoro con esta ocasión da la cifra del ejército que mandaba, compuesto por cincuenta mil soldados, seis mil caballos y doscientos elefantes. Su primera acción de guerra fue castigar a los culpables de la muerte de Amílcar. Su gobierno se caracterizó por preferir la diplomacia a la guerra. Antepuso la paz a la guerra, afirma Polibio. Estuvo en la Península Ibérica ocho años, del 228 al 221 a.C. Esta política de benevolencia le dio buenos resultados, y es la seguida por varios generales romanos, como Escipión el Africano, Tiberio Graco, Sertorio y César, y fue celebrada por la mayoría de los historiadores que descubren el carácter o los hechos de Asdrúbal. El propio historiador latino, Livio, reconoce que con el apoyo del ejército y de la plebe escaló el poder, al que la elección de los nobles no le hubiera llevado, en lo que coincide con Polibio, y continúa: "Usó más de su diplomacia que de su fuerza, y aumentó el poderío de Cartago más con los lazos de hospitalidad que estableció con los reyezuelos y con los pueblos nuevos, que ganó a su alianza, por medio de la amistad de lo príncipes que por la fuerza y las armas".
Apiano, por su parte, dirá: "que era muy grato a los soldados, que sometió muchos pueblos de Iberia, ganándolos por la persuasión y por el encanto de su elocuencia, en la que sobresalía en todo, cuando había de actuar por la fuerza utilizaba al joven Aníbal".
Polibio también recalca la política de diplomacia seguida por el segundo Bárquida: "Una gran prosperidad había infundido a los intereses cartagineses, no tanto por sus gestas guerreras, como por su amistad con los reyezuelos".
Polibio, sin embargo, sigue en otro párrafo la versión tendenciosa dada por el historiador romano Fabio de que "la avaricia y la ambición de Asdrúbal, después de adquirir una gran potencia en Iberia, vuelto al África, emprendió la subversión de las leyes de su patria, y la conversión de Cartago en una monarquía, pero los príncipes de la ciudad, adivinando sus proyectos, se pusieron de acuerdo y le hicieron frente. Asdrúbal, entonces, receloso, se retiró de África y en lo sucesivo gobernó a su arbitrio las cosas de Iberia, sin respeto al senado cartaginés".
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