La monarquía de Carlos III era una de las primeras potencias de su tiempo. Las decisiones de una España respaldada por América pesaban en el concierto europeo. Los ministros de Carlos III firmaban tratados, de tú a tú, con cualquier país europeo. La alianza española era solicitada y valorada.
Cuarenta años después, España había descendido a la condición de pequeña potencia. Se había quedado sin la posesión de las Indias -excepto Cuba y Puerto Rico-, o, lo que es lo mismo, sin el potencial económico, financiero, demográfico y estratégico que eran las bases del moderno poderío español.
El golpe es duro y no permite una reacción, aparte de producirse en unos momentos críticos.
Paralelamente a la independencia americana, la política exterior española se enfrenta a la crisis que supone el tránsito del antiguo régimen al nuevo. Esta crisis está jalonada por unos momentos analizados anteriormente: la Guerra de la Independencia ha dejado al país deshecho, y la reconstrucción será lenta y con ayuda extranjera; la lucha entre absolutistas y constitucionalistas mantendrá la atención en vilo, por cuanto en ella se juega su futuro toda la sociedad española; la guerra civil carlista completa el círculo bélico y revolucionario iniciado en 1808 y se gana el desprestigio ante Europa a causa de la inaudita barbarie del comportamiento colectivo de los españoles.
El hecho de que las guerras por la independencia americana se den en estas circunstancias será decisivo para la fragmentación de la monarquía española. Simultánea y consecuentemente, España pasa a ocupar un lugar pasivo en las relaciones internacionales. Comienza el proceso contemporáneo de la mediatización de la política española por parte de las grandes potencias.
A la altura de 1800, Francia e Inglaterra, hegemónicas en el mar tanto como en el continente, están enfrentadas en un antagonismo decisivo. La guerra y el "bloqueo continental" intervendrán decisivamente en las estructuras económicas europeas y coloniales. Francia ha perdido la guerra, pero Inglaterra se encuntra con un mercado europeo acostumbrado al bloqueo y en el que reina una profunda depresión económica. Guerra y bloqueo han segregado el orden económico entre Europa y Ultramar. Inglaterra, no obstante, estrechará sus lazos económicos con los jóvenes países americanos, asegurándose así la hegemonía marítima y colonial, mediante negociaciones bilaterales con todos los países europeos que tienen intereses coloniales.
España estaba en paz, amistad y alianza con Inglaterra desde 1809. Habían luchado juntas contra Napoleón. En 1814, por otro tratado, se estrechaban e intimaban las alianzas entre ambas naciones. pero esta alianza no deja de ser una descalificación de España por cuanto no pactan como iguales, pese a la trascendencia y prestigio obtenido por España en las guerras napoleónicas. España, políticamente, se pone en brazos de Inglaterra, puesto que se compromete a adoptar con Francia las medidas exigidas por Gran Bretaña; se compromete a conceder al comercio británico la condición de "nación más favorecida y privilegiada", tanto en relación con la metrópoli como con el Imperio español en las Indias. Todo esto a cambio de que Inglaterra haga unas vagas promesas de no apoyar a los disidentes de América.
En una palabra: Inglaterra ordenaba los espacios coloniales a su antojo y, como los tratados de Utrech, intentaba llevar a cabo en el continente europeo una solución de equilibrio, para que nadie fuera capaz de hacerse con la hegemonía continental al estilo de Napoleón. Esta reserva inglesa de los reajustes marítimos y la atmósfera de "Europdertum" y equilibrio quedaba bien expuesta en los tratados.
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