Lo primero a resaltar en la jerarquía española del clero es que no procedían de la alta nobleza. Los propios franceses hablan así, comparándola con las cortesanas y nobiliarias jerarquías francesas. Los ejemplos abundan. Diego de Astorga, arzobispo de Toledo en tiempos de Felipe V, era hijo de un carbonero; el obispo de Sigúenza era hijo de un albañil, etc...
Por lo general, es una jerarquía sólida y con grandes cualidades personales. Fundan seminarios, crean bibliotecas (el obispo de Valencia legó una de 30.000 volúmenes), protegen la enseñanza y la medicina; intervienen en las Sociedades de Amigos del País y participan en las máximas ilustradas del Siglo de las Luces. El obispo de Sigüenza, Juan Díaz de Guerra, convierte una de sus fincas en una granja modelo; estableció fábricas de tejidos e incluso trajo obreros de Francia.
Hay también muchos que se manifiestan hostiles al criterio utilitario típico de la época y lo manifiestan a veces de forma impertinente, como el obispo de Lugo, a quien le pide ayuda Jovellanos. Su respuesta fue que su dinero era para defender la santa religión y combatir a los filósofos modernos. ¿Cómo llegar ser obispo? Son normalmente los "segundones" de familias nobles; estudian gramática en su villa o ciudad natal; van a la universidad, obtienen beca en un colegio; luego explican en una cátedra; les cae una prebenda; a continuación son promovidos a una sede y luego la truecan por otra más importante. Siguen siendo nobles y siguen los colegios mayores haciendo mitras, sobre todo el colegio de San Ildefonso de Alcalá de Henares.
Salvo muchas excepciones, es un prelado digno, de buenas costumbres, pío, haciendo vida recoleta y prodigándose con los pobres. Algunos llegan a venderlo todo para los pobres y cambian el báculo por un palo, como un obispo de Málaga, al que se le tuvo por loco.
La mayoría del clero bajo (útil y necesario) y de los frailes se distinguen por su atraso e ignorancia. Han recibido una enseñanza trasnochada a base de silogismos y una teología anquilosada. tienen la fe del carbonero, absoluta, farruca. Condenan la economía política, el préstamo a interés. La filosofía francesa, triunfante en toda Europa, llega a la frontera española, como el opio a la entrada de China, y cuando penetra es de contrabando.
Muchos decían misa corriendo y sin entender las partes de la ceremonia.
El apostolado no les desvelaba. Para esto lo mejor es leerse al Fray Gerundio", del padre Isla, quien excitó el furoro de los frailes, prueba de que en muchas ocasiones daba en la diana. He aquí el relato de los dos frailes recibidos en un convento de monjas:
"Comíamos en el locutorio por la parte de afuera, y comían por la parte de dentro al mismo tiempo cuatro monjitas, y a fe que no eran de las más viejas del convento, porque éstas se excusaban con sus achaques, o, por mejor decir, nosotros las excusábamos a ellas. Durante la mesa había brindis, había finecitas de parte a parte, y había también sus coplillas. En levantándose los mantees, venían las ancianas y las graves de la comunidad a darnos conversación; después se retiraban éstas y nos dejaban con la gente moza. Comenzaba la bulla y lachacota; cantaban y representaban, y tal vual vez ellas, de la parte de allá, y nosotros de la parte de acá, bailábamos una jotica honesta o un fandanguillo religioso. Mira tú si pasaríamos buenos días..."
La holaganza era característica de numerosos frailes y canónigos. Decía Campomanes que los cabildos eran como las maestranzas, que todos sus actos se reducían a fiestas o a pleitear con el obispo por un "quítame allá esas pajas".
La ignoarncia de este clero influía en el agravamiento de la superstición popular. Charlatanes, beatas, ermitaños, santeros, etc... entraban a formar parte de la religión picaresca. En algunos pueblos los fieles congregados extendían los brazos al acabar la misa para recibir la bendición del sacerdote, temerosos de que si no lo hacían la bendición no surtiría efecto. La beata de Cuenca, ayudada por unos curas y frailes, convenció a las gentes de que su cuerpo se había transformado en el cuerpo y sangre de Cristo y la llevaron en procesión rodeada de cirios e incienso. Otra beata, de Madrid, ayudada de su confesor, pretendía ser paralítica y alimentarse únicamente de la sagrada hostia que recibía diariamente en la misa que se decía en su cuarto.
El pueblo creía a pies juntillas que el cabildo de Valladolid guardaba un inventario del Arca de Noé. El conde de Benavente afirmaba que el rey Felipe V, por sortilegio, iba a convertirse en un naranjo. Creían que en la Alhambra se guardaba un caballo sin cabeza. Un predicador nombró el Tratado del Santo Sacramento, de "Surio", y los oyentes creyeron que hablaba de un tío del Santo Sacramento. El culto a las imágenes llegaba a extremos. Unas monjas vestían al Niño Jesús de doctor, con peluca y bastón con puño de oro. En Valladolid no podían sacar en procesión un paso de un verdugo, porque era la imagen tar realista que la gente se lanzaba a destrozarle.
Se llamaba a la Virgen "la casta Venus madre del celeste Cupidón", y por supuesto, la Virgen de un pueblo era distinta a la de otro pueblo. Un jesuita llegó a escribir un libro sobre la belleza física de la Virgen. La literatura en este campo es tan copiosa que hay para llenar volúmenes.
Los viajeros de la época y numerosos testimonios nos hablan de que los curas eran estimados por el pueblo, se les distinguía y besaba las mangas de sus hábitos. Es el fraile misionero que practica una oratoria de raíz popular. Cumplían con su deber, lo que no quita que hubiera curas cazadores, jugadores, avarientos, sensuales, que criaban a aus hijos e hijas públicamente y los dotaban. De hecho, y a modo de ejemplo, en la diócesis de Calahorra había 18.000 miembros, la mayor parte mozos y en ocio, "y tan dignos de corrección que suele valer la alcaldía de su cárcel 1500 ducados, y las penas de cámara tres y cuatro mil":
"Las oposiciones a curatos -dirá Campomanes-, tan decantadas en nuestros tiempos, y en que reguolarmente triunfa la bachillería escolástica, da entrada al sacerdocio a muchos a quienes la miseria obliga a tomarlo por oficio. La más rica parroqua es la que merece más la vocación de estos candidatos (pastores mercenarios), y aquella oposición cuenta con más firmas que tiene por objeto la pieza de más valor".
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Por lo general, es una jerarquía sólida y con grandes cualidades personales. Fundan seminarios, crean bibliotecas (el obispo de Valencia legó una de 30.000 volúmenes), protegen la enseñanza y la medicina; intervienen en las Sociedades de Amigos del País y participan en las máximas ilustradas del Siglo de las Luces. El obispo de Sigüenza, Juan Díaz de Guerra, convierte una de sus fincas en una granja modelo; estableció fábricas de tejidos e incluso trajo obreros de Francia.
Hay también muchos que se manifiestan hostiles al criterio utilitario típico de la época y lo manifiestan a veces de forma impertinente, como el obispo de Lugo, a quien le pide ayuda Jovellanos. Su respuesta fue que su dinero era para defender la santa religión y combatir a los filósofos modernos. ¿Cómo llegar ser obispo? Son normalmente los "segundones" de familias nobles; estudian gramática en su villa o ciudad natal; van a la universidad, obtienen beca en un colegio; luego explican en una cátedra; les cae una prebenda; a continuación son promovidos a una sede y luego la truecan por otra más importante. Siguen siendo nobles y siguen los colegios mayores haciendo mitras, sobre todo el colegio de San Ildefonso de Alcalá de Henares.
Salvo muchas excepciones, es un prelado digno, de buenas costumbres, pío, haciendo vida recoleta y prodigándose con los pobres. Algunos llegan a venderlo todo para los pobres y cambian el báculo por un palo, como un obispo de Málaga, al que se le tuvo por loco.
La mayoría del clero bajo (útil y necesario) y de los frailes se distinguen por su atraso e ignorancia. Han recibido una enseñanza trasnochada a base de silogismos y una teología anquilosada. tienen la fe del carbonero, absoluta, farruca. Condenan la economía política, el préstamo a interés. La filosofía francesa, triunfante en toda Europa, llega a la frontera española, como el opio a la entrada de China, y cuando penetra es de contrabando.
Muchos decían misa corriendo y sin entender las partes de la ceremonia.
El apostolado no les desvelaba. Para esto lo mejor es leerse al Fray Gerundio", del padre Isla, quien excitó el furoro de los frailes, prueba de que en muchas ocasiones daba en la diana. He aquí el relato de los dos frailes recibidos en un convento de monjas:
"Comíamos en el locutorio por la parte de afuera, y comían por la parte de dentro al mismo tiempo cuatro monjitas, y a fe que no eran de las más viejas del convento, porque éstas se excusaban con sus achaques, o, por mejor decir, nosotros las excusábamos a ellas. Durante la mesa había brindis, había finecitas de parte a parte, y había también sus coplillas. En levantándose los mantees, venían las ancianas y las graves de la comunidad a darnos conversación; después se retiraban éstas y nos dejaban con la gente moza. Comenzaba la bulla y lachacota; cantaban y representaban, y tal vual vez ellas, de la parte de allá, y nosotros de la parte de acá, bailábamos una jotica honesta o un fandanguillo religioso. Mira tú si pasaríamos buenos días..."
La holaganza era característica de numerosos frailes y canónigos. Decía Campomanes que los cabildos eran como las maestranzas, que todos sus actos se reducían a fiestas o a pleitear con el obispo por un "quítame allá esas pajas".
La ignoarncia de este clero influía en el agravamiento de la superstición popular. Charlatanes, beatas, ermitaños, santeros, etc... entraban a formar parte de la religión picaresca. En algunos pueblos los fieles congregados extendían los brazos al acabar la misa para recibir la bendición del sacerdote, temerosos de que si no lo hacían la bendición no surtiría efecto. La beata de Cuenca, ayudada por unos curas y frailes, convenció a las gentes de que su cuerpo se había transformado en el cuerpo y sangre de Cristo y la llevaron en procesión rodeada de cirios e incienso. Otra beata, de Madrid, ayudada de su confesor, pretendía ser paralítica y alimentarse únicamente de la sagrada hostia que recibía diariamente en la misa que se decía en su cuarto.
El pueblo creía a pies juntillas que el cabildo de Valladolid guardaba un inventario del Arca de Noé. El conde de Benavente afirmaba que el rey Felipe V, por sortilegio, iba a convertirse en un naranjo. Creían que en la Alhambra se guardaba un caballo sin cabeza. Un predicador nombró el Tratado del Santo Sacramento, de "Surio", y los oyentes creyeron que hablaba de un tío del Santo Sacramento. El culto a las imágenes llegaba a extremos. Unas monjas vestían al Niño Jesús de doctor, con peluca y bastón con puño de oro. En Valladolid no podían sacar en procesión un paso de un verdugo, porque era la imagen tar realista que la gente se lanzaba a destrozarle.
Se llamaba a la Virgen "la casta Venus madre del celeste Cupidón", y por supuesto, la Virgen de un pueblo era distinta a la de otro pueblo. Un jesuita llegó a escribir un libro sobre la belleza física de la Virgen. La literatura en este campo es tan copiosa que hay para llenar volúmenes.
Los viajeros de la época y numerosos testimonios nos hablan de que los curas eran estimados por el pueblo, se les distinguía y besaba las mangas de sus hábitos. Es el fraile misionero que practica una oratoria de raíz popular. Cumplían con su deber, lo que no quita que hubiera curas cazadores, jugadores, avarientos, sensuales, que criaban a aus hijos e hijas públicamente y los dotaban. De hecho, y a modo de ejemplo, en la diócesis de Calahorra había 18.000 miembros, la mayor parte mozos y en ocio, "y tan dignos de corrección que suele valer la alcaldía de su cárcel 1500 ducados, y las penas de cámara tres y cuatro mil":
"Las oposiciones a curatos -dirá Campomanes-, tan decantadas en nuestros tiempos, y en que reguolarmente triunfa la bachillería escolástica, da entrada al sacerdocio a muchos a quienes la miseria obliga a tomarlo por oficio. La más rica parroqua es la que merece más la vocación de estos candidatos (pastores mercenarios), y aquella oposición cuenta con más firmas que tiene por objeto la pieza de más valor".
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