20 may 2014

LA GRAN INVASIÓN: SUEVOS, VÁNDALOS Y ALANOS PENETRAN EN HISPANIA I

Hagamos marcha atrás en la Historia. En la noche del 31 de diciembre del año 406, un grupo de pueblos bárbaros, los suevos, alanos, vándalos (asdingos y silingos), que desde algún tiempo venían intentando entrar en el Imperio, consiguen, por fin, atravesar el Rin a la altura de Maguncia, aprovechando que las aguas estaban heladas. Estos pueblos se sirvieron de que la frontera estaba poco más o menos desguarnecida. Estilicón, en efecto, había tenido que sacar las tropas acantonadas para poder defender los ataques de Alarico. Quizá por esta razón se ha sospechado, sin excesiva base, que los pueblos componían una gran invasión coordinada.
En conjunto, estos pueblos eran un conglomerado humano con contactos entre sí puramente ocasionales. Los alanos eran de origen oriental y procedían, como ya vimos, de las montañas del Cáucaso. Los vándalos, de procedencia germánica, habían descendido de Escandinavia a la región del Vístula, desde donde sus dos ramas, asdingos y silingos, se habían dirigido por separado hacia el oeste, los primeros ya en compañía de los alanos. En cuanto a los suevos, eran ya un gran pueblo, de cuyo tronco se habían ido formando otros muchos (cuados, hermuduros, marcomanos, vangiones, etc...). Durante mucho tiempo estuvieron en contacto con Roma, unas veces como aliados, otras como enemigos. Poco antes de unirse a los invasores, parece que estuvieron en contacto con San Ambrosio, si bien desconocemos los resultados de esta aproximación.
Una vez estos pueblos cruzaron el Rin, penetraron en las Galias y se dedicaron al pillaje en medio de grandes devastaciones y atropellos. En seguida tomaron el camino del sur, estableciéndose momentáneamente en las regiones de Narbona y Aquitania. Dos años más tarde, en el 409, saltaron la barrera de los Pirineos. El hispano Pablo Orosio, quien escribió una Historia contra los paganos, continuando la obra de San Agustín, explica este acontecimiento como una consecuencia de las luchas por la púrpura imperial. Entre los muchos usurpadores que brotaban en todos los rincones del Imperio, uno de ellos, Constantino, que se había alzado en las Galias, iba a ser particularmente perjudicial para la Península, de cara a los pueblos bárbaros. Ya en una ocasión habían éstos intentado forzar el paso pirenaico; pero dos nobles, primos del emperador Honorio, Dídimo y Veriniano, se les opusieron con sus tropas y lograron impedírselo. Constantino, que llegó poco después con el ejército de Bretaña, derrotó a estos dos nobles, que pagaron con su cabeza la fidelidad al emperador legítimo. Una vez desaparecidos, nadie opuso resistencia al paso de suevos, vándalos y alanos, que pudieron esparcirse por toda Hispania a su antojo.

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