9 jul 2017

ORIGEN DEL PARTIDO CARLISTA (II)

Las templanzas políticas y administrativas de Fernando VII estaban disgustando a los apostólicos, quienes se mostraban descontentos también por la neutralidad que el rey de España guardó ante las reformas de sentido liberal impuestas a la nueva reina de Portugal, María de la Gloria, por su padre, don Pedro.
El partido realista, exaltado, estará capitaneado por don Carlos.  Consideran a Fernando VII excesivamente transigente.   Está claro que don Carlos carece de cualquier norma política y su fórmula es la "teocracia".   Los "realistas puros" lanzarán un manifiesto en noviembre de 1826; tras criticar durísimamente la gestión política de Fernando, le comparan con don Carlos:

"... la debilidad, la estupidez, la ingratitud y la mala fe de ese príncipe indigno (Fernando), de ese parricida, de ese mal esposo, de ese pérfido amigo, de ese mal hermano y de ese monstruo compuesto de lo más refinado de la perversidad..." 

"...porque las virtudes de ese príncipe (Carlos), adhesión al clero y a la Iglesia, son otras tantas garantías que ofrecen a la España bajo el suave yugo de su paternal dominación, un reinado de piedad, de prosperidad y de ventura."

De estos momentos data la "insurrección de los agraviados".  El movimiento  de estas partidas de realistas puros tuvo su epicentro en Catalunña.  En el mes de agosto de 1827 cayeron en sus manos Berga, Vich, Cervera, Solsona, Olot, y otras ciudades, llegando a ocupar la zona montañosa.  Estos grupos armados -30.000 hombres aproximadamente- llegan al  límite de sus posibilidades militares, ya que carecen de fuerzas para adueñarse de las ciudades guarnecidas, como Tarragona, Girona y Hostalrich.  Hubo intentos, en este movimiento organizado, por parte de varias provincias españolas, pero no cuajaron en levantamientos armados.
En esta rebelión (llamada también "de lo malcontents") hay que tener en cuenta, en primer lugar, la evolución de la coyuntura económica: el descenso de los precios agrícolas llega a Barcelona, en 1827, a su punto más bajo; no es de extrañar, pues, que el descontento del campesinado catalán fuera utilizado con fines políticos.  Los oficiales del ejército de la Fe estaban resentidos por no haber obtenido una compensación: en Cataluña, muchos ex liberales ocupaban empleos y protección, cosa mal vista por los radicales absolutistas, quienes se pasarán al bando de don Carlos.  El clero reaccionario catalán llega a calificar de liberal a un gobierno que no quiere restablecer la Inquisición.  Esta línea era típica de la Iglesia oficial; el obispo de Badajoz llegará a decir:

"Es imposible lograr seguridad y paz mientras no se limpie el reino de esa raza de víboras (los liberales)".

Los obispos y los eclesiásticos serán firmes inductores en favor del levantamiento.  La "revuelta de los agraviados" se puede considerar como el brote precursor de la primera Guerra Carlista (aunque don Carlos se negara a sancionarlo), y el programa que los rebeldes quieren imponer al rey es el preliminar del carlismo: ejército liberal sustituido por uno realista, exilio de todo simpatizante del liberalismo, abolición de cualquier novedad, destitución en pleno del gobierno, inmediata restauración de la Inquisición, etc.
En todas las proclamas se declaraba que el rey estaba rodeado de traidores y en manos de francmasones.  Todo esto se disipó cuando Fernando VII llegó a Barcelona.  Las clases medias le aclamaron y le concedieron un préstamo; a cambio, el rey les recompensó con tarifas proteccionistas; pese a lo cual la alianza no sería total ni mucho menos.
En Barcelona, Fernando VII encargó al conde de España para que hiciera frente a liberales y apostólicos.  A partir de 1830 echará mano de los voluntarios realistas y de otros procedimientos (surge el paralelo con la gestión de Martínez Anido en Barcelona un siglo después) para mantener a Cataluña apartada del contagio liberal.  La actuación del conde de España en Barcelona provocará un descontento general y enterrará para siempre la monarquía absoluta.

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